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Texto que leyó la escritora Almudena Grandes en la celebración del concierto homenaje a los republicanos y republicanas que se celebró en Rivas Vaciamadrid, (per il 14 aprile)

HOMENAJE A LOS REPUBLICANOS
ALMUDENA GRANDES , SCRITTRICE
KETTY CARRAFFA – AICVAS -16/04/2009

Recuérdalo tú y recuérdalo a otros, Cuando asqueados de la bajeza humana, Cuando iracundos de la dureza humana: Este hombre solo, este acto solo, esta fe sola. Recuérdalo tú y recuérdalo a otros.
Luis Cernuda escribió estos versos en 1961, cuando al terminar una lectura de poemas en una remota universidad norteamericana, se le acercó un hombre de su edad, un antiguo soldado de la Brigada Lincoln. El poema se titula 1936, y debería estar incluído entre las lecturas obligatorias de todos los libros de texto que se publican en España, porque no es sólo un poema sobre la Guerra Civil, ni sobre lo que aquella guerra representó para millones de demócratas en el mundo entero. Es un poema que habla de la fe, de la dignidad y de la nobleza, de lo mejor de los seres humanos.
Eso significó aquella lucha para Cernuda, que la vivió, y eso representa para mí, que la recuerdo hoy, y la recuerdo a otros, acatando el mandato del poeta. Eso es lo que el sueño de la II República representa para muchos españoles de mi generación, que crecimos en un país oscuro e inmóvil, que llegamos a creer que España había sido condenada desde siempre a la oscuridad de la caverna, a la inmovilidad de los años iguales, feos, grises, y que sólo mucho después descubrimos en vosotros, en vuestra fe, en vuestra dignidad, en vuestro coraje, un motivo para estar orgullosos de haber nacido aquí, el orgullo de heredaros y el deber de recordar.
“Que mi nombre no se borre en la historia”. Esta fue la última frase que escribió Julia Conesa, una modista de 19 años que fue fusilada junto con 55 de sus compañeros, 43 hombres y otras 12 mujeres de las Juventudes Socialistas Unificadas de Madrid, el 5 de agosto de 1939, en las tapias de la vergüenza, las tristemente célebres tapias del Cementerio del Este, donde el régimen fascista ejecutó a casi 3.000 republicanos entre 1939 y 1944. “Tened en cuenta que no muero por criminal ni ladrona, sino por una idea”. Eso nos pidió Dionisia Manzanero, otra de las 13 Rosas, y eso es lo que le debemos a ambas, y a todos quienes, como ellas, dieron la vida por nosotros, por la justicia, por el progreso, por la democracia y por el futuro de este país. Eso es lo que le seguimos debiendo a la mejor generación de españoles que ha existido jamás. Una generación, la vuestra, con la que España mantiene una deuda eterna, y eternamente pendiente. Nosotros somos la historia a la que se confió Julia Conesa. Nosotros somos el fruto de vuestra fe, de vuestra lucha, de la ejemplar dignidad con la que afrontásteis la traición y la derrota. Y nosotros estamos hoy, aquí, para daros las gracias por ser lo que sois. Estamos aquí para recordar, y para recordárselo a otros. Para afirmar que ya va siendo hora de que la historia se ponga a la altura de sus protagonistas. Para que acabemos de una vez y para siempre con las turbias sospechas que empañan sin justicia alguna la imprescindible tradición del republicanismo español. Para que se deje de llamar nacional al ejército golpista, para que se reconozca que el único ejército nacional que combatió en la Guerra Civil fue el que defendía la República legalmente constituída, y para que se deje de aplicar la tramposa ley del cincuenta por ciento -ese famoso “los dos bandos hicieron cosas horribles”- a lo que sucedió en este país por la exclusiva y absoluta responsabilidad de Francisco Franco y de quienes secundaron su rebelión. Porque la II República Española no se merece la memoria de edificios en llamas, descontrol y rapiña que fijaron sus verdugos y que seguimos tolerando entre todos. Y porque sólo cuando se recuerde lo que significó de verdad aquel proyecto que asombró al mundo, que derramó luz y justicia sobre un pueblo que nunca había sabido lo que era vivir con dignidad y en libertad, y que situó a España, por primera y única vez en muchos siglos, a la cabeza del progreso de las naciones, sólo cuando eso ocurra, podremos miraros a los ojos sin avergonzarnos.
Ningún monumento brilla tanto como la verdad y ningún homenaje es más justo que la limpia reivindicación de la memoria. Por eso, quiero terminar mi intervención con los últimos versos de ese poema de Luis Cernuda que he escogido para comenzarla.
Gracias, compañero, gracias
Por el ejemplo. Gracias porque me dices
Que el hombre es noble. Nada importa que tan pocos lo sean:
Uno, uno tan sólo basta
Como testigo irrefutable
De toda la nobleza humana.

Lo recuerdo yo, y lo recuerdo a otros.

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